sábado, 31 de julio de 2010

 JOSÉ ORTIZ BRACAMONTE: “AMAMANTADO DEL BARRO”
Han transcurrido ya más de nueve mil años desde que el hombre primitivo puso a secar al Sol sus primeras vasijas de barro, en las mesetas de Anatolia. Sin embargo, la alfarería y posteriormente la cerámica, continuarían siendo una de las actividades primordiales de todas las colectividades humanas.

Hoy en Nicaragua el arte de trabajar el barro ocupa a miles de personas, quienes con fines utilitarios o artísticos cultivan el legado de nuestros rústicos antepasados.
José Ortiz Bracamonte, es uno de ellos. Desde muy pequeño estuvo en contacto con el dúctil y cálido material de trabajo de sus padres. Como él mismo expresa, “fui prácticamente amamantado del barro”. Por ese entonces, la arcilla sólo representaba para él la posibilidad de fabricar figuras caprichosas que llenaran su curiosidad infantil, pero poco a poco fue dándole la forma de aquellos objetos que la gente compraba para satisfacer sus necesidades utilitarias o decorativas.
Este contacto prematuro con el barro, lo fue formando y a la vez fue planteándole nuevos retos e interrogantes, que fueron absorbiendo su tiempo y obligándolo a romper los marcos estrechos de la cerámica tradicional y repetitiva que se exhibía y se vendía en su pueblo natal, San Juan de Oriente.

“Inicié trabajando en cerámica decorativa, principalmente en réplicas precolombinas, pero mi inquietud era hacer una cerámica sobre un nuevo planteamiento. La artesanía que trabajábamos no pasaba de cinco o seis diseños, copiados del Libro Cerámica de Costa Rica y Nicaragua de Lothrop, pero yo quería hacer algo diferente”, explica.
A mediados de los años 80 trabó conocimiento con el poeta Pablo Antonio Cuadra, quien sería una de las personas más importantes e influyente en su formación artística y en la visión particular del proceso de creación. “Don Pablo Antonio me pidió que plasmara en cerámica los diseños que él tenía de su poemario El Jaguar y la Luna. Eran 36 bocetos que sólo existían en papel y yo tenía que realizar una propuesta integral de formatos y color, es decir, debía llevarlas a diferentes vasijas, platos y deidades zoomorfas”, recuerda. Luego de más de cuatro años de trabajo, el proyecto vio la luz en una exposición pública en el Teatro Nacional Rubén Darío en 1990.
El siguiente empeño artístico rebasaría las fronteras patrias. La Universidad de Méjico le encargó un trabajo sobre la conquista española, pero desde la óptica de los conquistados, que recibió el nombre de Visión de los Vencidos y que se plasmaría en el libro de Miguel León Portillo.
Los años 90 fueron de crecimiento y consolidación artística. Sus obras traspasarían el océano, se exhibirían en países europeos y engalanarían espacios públicos y recintos universitarios en Estados Unidos. Sin embargo, el éxito no enturbió su sencillez ni alteró su sentido de pertenencia.

Hoy continúa trabajando en un modesto taller en San Juan de Oriente, en donde, sin pretensiones, ha ido formando escuela y recibiendo también importantes contribuciones del medio y de otros artistas. La visión de su arte es totalizadora, pues en sus obras integra con delicada sencillez y con un notable cromatismo diversas expresiones artísticas como pintura, escultura, cerámica, música e incluso literatura.

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